Oh! mamita dame palo, pero dame de comer....
El enojo, la ira o la colera, como se le denomina tambien a esa fuerte emocion que sentimos como respuesta a la frustacion, a traves del tiempo se ha expresado de diversas formas. Indudablemente cuando nuestros padres intentaban educarnos, enseñandonos a reconocer y medir nuestros limites, a aprender a convivir en esa sociedad muzulmana en la que crecimos y que eran en resumidas, algunas de sus formas de expresar el amor, la preocupacion, la responsabilidad que sentian por nosotros y por nuestro futuro, a menudo empleaban algunos metodos que parecian chocar con nuestros intereses. Ellos siguieron seguramente de sus padres algunas de esas pautas, nosotros las recibimos de ellos y muchos decidimos abolirlas, o por lo menos transformarlas, cuando las aplicamos a la educacion de nuestros hijos. Sin animo de juzgar esos metodos, o su efectividad, solamente me atrevo a recrearlos y a recordar algunos de ellos.
Claramente sabemos, que tras esas fachadas de rigor o de laxitud, siempre hubo, estoy segura, una intencion noble de vernos convertidos en adultos y en “personas de bien”. Asi era el amor en los tiempos de la colera, y esto no tiene nada que ver con la novela de Gabo. Esto corresponde al tiempo nuestro y al de nuestro padres, que pregonaban que en una mano llevaban el pan y en la otra el rejo.
Como todavia recordamos, en nuestro entorno no siempre era el padre, como lo fue en el caso mio, quien ejercia la mayor autoridad sobre los hijos. Esta funcion no era cuestion de genero. Tuvimos amigos y vecinos donde la primera autoridad de la casa estaba en manos de la mama y en algunos casos se compartia entre padre y madre, alianza que resultaba nefasta, porque de tal forma, los castigos se duplicaban. Uno medio inerme y medio inconsciente de sus faltas, de sus metidas de pata, muchas veces debia enfrentarse al juicio por partida doble: un par de chancletazos de la madre y mas tarde, el vaciadon y unos fuetazos de manos del progenitor. Personalmente no se que hubiera sido de mi, si me hubiera tocado pertenecer a este ultimo grupo. Yo me reia de los metodos coercitivos de mi mama, pero temblaba ante los de mi papa. Lo que si recuerdo es toda esa variedad de castigos e implementos con los que estos se aplicaban y se “educaba” en nuestra epoca. Algunos me parecian de uso comun y otros muy originales, es decir, que habia como ciertos niveles de creatividad en su uso. De niña creia que a todos los vecinos se les aplicaban los mismos metodos, pero poco a poco fui dandome cuenta de que no era asi; habia madres y padres mas o menos “creativos” que los mios.
El momento que desataba el castigo, era inevitable y tarde o temprano llegaba. Algunas veces se nos iban acumulando las faltas en una lista para nosotros invisible y como quien esta jugando al bingo, en un momento inesperado, alguno de los dos, el padre o la madre, gritaba BINGO! O como cuando se juega al futbol, que el arbitro va acumulando tarjetas amarillas hasta que con una falta mas, nos saca la roja y pum p’a fuera. Y ahi estaba la gota que rebozaba la copa; venia entonces el castigo premeditado, anunciado, o la respuesta automatica, impensada e impensable. Una de las pocas tecnicas de defensa que utilizaba uno era la del pretender “pasar de agache”. Muy en nuestro interior nos deciamos con cierto aire de victoria: Uy! pase de agache... y creiamos que con pasearnos por el frente o por el lado de nuestros padres, con la cabeza agachada, y la cara de yo no fui, y con el silencio momentaneo de ellos, podiamos dar por concluido el episodio. Pero no, el asunto no quedaba resuelto de esa manera. El mismo dia, mas tarde o cuando mucho unos dias despues, repentinamente recibia uno el anuncio de lo que venia....el primer cocotazo, pescozon, pastorejo, orejazo (tiron de oreja), mechoneada, trompada, o puntapie, que venian seguidos de frases como: Ah! Con que se creia muy vivo? O creia que yo estaba pintado en la pared? O es que me creyo caido del zarzo y que se me ha olvidado esto y esto y esto....y ahi entonces, apenas ahi, uno empezaba a comprender que el que estaba sufriendo de amnesia era uno, porque ya se nos habian olvidado tantas faltas cometidas y los que las tenian como en una lista negra, pero escritas bien claras, eran ellos, nuestros padres.
Nos haciamos merecedores del castigo indicado, segun ellos, y en ese punto era donde se ponia a prueba su creatividad. Una vez superado lo de las primeras señales del castigo, donde solo se utilizaba la mano o alguna parte del cuerpo como arma de ataque, venian las otras tecnicas, las de mayor creatividad. Era bien frecuente que a menudo algunos de los elementos de aseo de la casa, fueran usadas como armas de combate. Una escoba, por ejemplo, en un momento determinado, pasaba a desempeñar una funcion diferente a la de barrer el piso. Igualmente ocurria con el trapero. Podia ocurrir tambien que el pelo de uno pasara a convertirse en trapeador, en uno de esos momentos de amor y colera de alguno de nuestros padres. El palo de la escoba era de los de uso comun, igual que la chancleta, el cinturon, e incluso el cuello almidonado de las camisas, que podia transformarse en objeto castigador. Pero habia otros mas precisos, eran los cables, lazos, mangueras o rejos. Una madre iracunda, si estaba planchando, o hacia poco habia terminado su tarea, podia desenchufar la plancha y con el cable, o con la plancha misma, descargar su enojo en las piernas o las costillas del muchachito(a) causante de su disgusto. Igualmente, un cucharon de palo de los que usaban para revolver la sopa del almuerzo o la comida, repentinamente podia ponerle freno a alguna de las travesuras infantiles. El molinillo de batir el chocolate y otros utensilios de cocina se podian adaptar rapidamente, de acuerdo con las circunstancias.
Nunca olvidare, para recordar solo un caso, el dia en que mi papa entro a la casa iracundo, porque me habia pillado haciendo visita en el antejardin con mi noviecito. Yo alcance a verlo cuando desde cierta distancia aparecio en su inconfundible Toyota. Entre corriendo hasta la cocina para simular que ayudaba a preparar algo del almuerzo. El sin soltar una palabra, me lanzo una encolerizada rafaga con su mirada y enseguida, tomo lo que estaba mas a la mano, el colador donde apenas empezaban a colar el jugo de guayaba en leche, descargando completamente su contenido sobre mi cabeza. A continuacion empezaron a escurrir las semillas de guayaba por entre mi pelo y en medio de todo, tuve que dar gracias de que el colador fuera de plastico. Mi visita, desde luego, quedo interrumpida.
Nunca olvidare, para recordar solo un caso, el dia en que mi papa entro a la casa iracundo, porque me habia pillado haciendo visita en el antejardin con mi noviecito. Yo alcance a verlo cuando desde cierta distancia aparecio en su inconfundible Toyota. Entre corriendo hasta la cocina para simular que ayudaba a preparar algo del almuerzo. El sin soltar una palabra, me lanzo una encolerizada rafaga con su mirada y enseguida, tomo lo que estaba mas a la mano, el colador donde apenas empezaban a colar el jugo de guayaba en leche, descargando completamente su contenido sobre mi cabeza. A continuacion empezaron a escurrir las semillas de guayaba por entre mi pelo y en medio de todo, tuve que dar gracias de que el colador fuera de plastico. Mi visita, desde luego, quedo interrumpida.
Habia ademas de estas tecnicas, otras mas complejas por asi decirlo, como las sumergidas en agua helada en la alberca, con esas temperaturas paramunas que todos conocemos, o una que me causo, lo confieso, cierta admiracion, cuando me contaban del papa de una amiga que aunque no tenia ni antifaz negro, ni latigo, parecia haberse inspirado en este personaje, cuando esgrimia con tal habilidad y precision su toalla, que lograba con dos o tres pases, dejarles la marca del Zorro en las piernas o las costillas de mis amigas. Tenia su arte el hombre. En mi casa se usaron muchas, pero talvez recuerdo con gran claridad, las epocas en que mi papa desesperado con la callejeadera de mis hermanos, les escondia la ropa y les colocaba una especie de tunica hecha con un costal al que le abrian tres huecos, con la esperanza de que con ella puesta, mis hermanos no se atrevieran a salir. Tengo que señalar que algunas veces le dio resultado, sobretodo cuando les quitaba hasta los calzoncillos y los zapatos, pero otras veces, ni siquiera este castigo surtia efecto. Opto entonces por los peluqueados extravagantes que en esta epoca hubieran causado mas furor y risas que llanto. Les rapaba la cabeza en forma de cruz, o dejandoles una cresta estilo Punk, anticipandose a la moda en cuarenta años.
Finalmente logramos sobrevivir al amor de nuestros padres en los tiempos de sus coleras, crecimos, nos convertimos mas o menos en hombres y mujeres de bien, aprendimos a obedecer y a desobedecer, aprendimos a cuestionar las normas y las reglas en juego, descubriendo que no siempre quien ejerce la autoridad es una autoridad, o que las leyes por ser norma no siempre son justas.. La vida nos fue permitiendo crecer con algo de sabiduria; despues de todo, creo que aprendimos especialmente a ser flexibles, condicion importante que se requiere para adaptarnos y sobrevivir en estos tiempos modernos, cuando ya convertidos en padres mayores y abuelos, nos preparamos para superar nuevos obstaculos y emprender el vuelo como el aguila vieja, que logra extender victoriosamente sus alas para dirigirse hacia su destino final.
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