lunes, 15 de agosto de 2011

El mes de los vientos



Hace un año escribía acerca del mes de los vientos y las vacaciones en nuestro barrio. Lo escrito se perdió cuando Facebook efectuó los cambios en el formato del grupo. Hoy, estando mediando el mismo mes, hago un nuevo intento de recordar esos años ya lejanos de la infancia, en este nuevo lugar.

Los días de entonces parecían tener mas horas; teníamos tanto tiempo, que había cómo inventar miles de juegos y distracciones para llenar esos días de las vacaciones. Hacer cometas, patinetas, carros esferados, aprender a montar en bicicleta, a patinar con patines prestados y compartidos con unos cuantos amigos del vecindario, eran algunas de esas metas que alcanzábamos durante los períodos de receso escolar. No siempre había el dinero suficiente para salir de la ciudad y disfrutar las gratas vacaciones en otro lugar. No había necesidad de buscar la diversión por fuera del barrio. La imaginación infantil y los tantos recursos que resultaban como salidos del sombrero de un mago, eran suficientes para inventar juegos y formas de pasar el tiempo de una manera agradable. Había algunos que fabricaban sus caucheras y se adentraban más allá de los límites que nos eran permitidos, dedicando tardes y hasta días enteros explorando las arboledas mas lejanas, cazando pájaros y olvidándose incluso de las horas del almuerzo. Un buen trozo de panela, o unas pastillas de chocolate, por lo general sacados a hurtadillas de la alacena de la casa, eran suficientes para pasar el día. Solos o acompañados, pasábamos ratos que nunca se borrarán de nuestra memoria.


            Otto Estrada, cortesía Familia Estrada

Continúo con mis ojos cerrados. He devuelto el reloj del tiempo y siento ahora el aire fresco y el paso de los vientos de agosto en la atmósfera de nuestro pueblo muzulmán. Regreso entonces a esos espacios abiertos que fueron desapareciendo con el transcurrir de la vida, convirtiéndose en barrios nuevos y que crecieron al tiempo con nosotros. Poco a poco, los potreros, los chircales, los trigales que nos circundaban, sus cielos despejados que eran llenados de colorido y movimiento, de alegrías y esperanzas con nuestras cometas, esos maravillosos pájaros multicolores que surcaban ascendiendo casi hasta el infinito de nuestros ojos infantiles, como algunos de nuestros sueños, fueron quedando tan solo en nuestras viejas memorias. Las nuevas construcciones y calles, los cables y postes de la luz, empezaron a invadirnos y a convertirse en serios obstáculos para nuestros juegos y aventuras. Siento cierta nostalgia y tristeza cuando se que los niños del barrio, los de ahora, ya no tienen esos espacios que la ciudad creciente les robó. 

Desde hace algunos años, se han realizado festivales de cometas que dejan boquiabiertos a sus espectadores grandes y pequeños. Cómo quisiera estar por ejemplo, en alguno de esos festivales de cometas que organizan en Villa de Leyva. Debe ser alucinante sentarse en ese pueblo hermoso, a deleitarse con el espectáculo de ver volar las modernas y gigantes cometas que manejan con múltiples cuerdas y gran habilidad humana; sin embargo, el espectáculo que conservo intacto en mi memoria es incomparable. La belleza de las nuestras, quizás radicaba en el amor y la dedicación con que eran hechas, porque en su mayoría, salían de las manos de nuestros padres, nuestros hermanos y algunas hasta de los grandes intentos de hacer las propias. Había quienes las elaboraban para venderlas y ganar unos centavos extras, convirtiendo horas de ocio en ratos de placer y aprendizaje.
Observando esos pájaros voladores elevándose unas veces con más dificultad que otras, escapábamos de las rutinas diarias para llegar a esas alturas donde, de alguna manera, deseábamos también poder llegar. El vuelo de las cometas fue algo que nos cautivó y nos ocasionó gran deleite. De muy niña recuerdo estar asomada por alguna de las ventanas de mi casa, mirando embelesada el horizonte lleno de esos objetos voladores. Este era uno de los espectáculos coloridos que, con el sol de los venados, era uno de los milagros diarios en las tardes del verano muzulmán.




Pero... y cómo se hacían las cometas?  Nunca lo supe con certeza. Veía a mis hermanos o a mis vecinos haciéndolas. Conseguían los palitos de guadua o de bambú, las cuerdas de pita para hacer los vientos y donde creo, radicaba un poco la ciencia y el secreto para hacerlas volar. La cola, que era una parte de lo más vistoso y atractivo, se hacía con trapos y medias viejas de nylon de las mamás, el papel milano de colores y el engrudo como pegante, que se hacía cociendo la harina de trigo con agua, completaban los elementos para hacer una cometa del tamaño deseado.




Tras uno y otro y otro intento, más o menos todos aprendían a hacerlas y lograban que volaran. Yo confieso que tan solo pude ayudar a elevarlas siguiendo las instrucciones de mis hermanos. Corría con la cometa hasta cuando me gritaban que la soltara y empezaba a colear; la mayoría de las veces, después de unos segundos de vuelo superficial, caían irremediablemente al piso y con ellas nuestra ilusión de verlas suspendidas en el aire. Pero no nos desmotivábamos y volvíamos a empezar. Sin darnos cuenta, hacíamos una práctica necesaria en la vida, para aprender a levantarnos cuantas veces se requiera volver a empezar, aún cuando sentimos que las fuerzas se nos agotan. Siempre había una caída mas, un nuevo intento y al final algún buen resultado. Con mucho esfuerzo veíamos por fin elevarse nuestras cometas, enviábamos telegramas, que eran papelitos que iban ascendiendo por la cuerda y por un rato todo era felicidad, hasta cuando nuestras escasas habilidades, otra cometa más grande, o un diestro elevador de cometas, hacía que la nuestra se enredara o se le cortaran los hilos y cuántas veces tuvimos que verlas perder enredadas en las ramas de un árbol, en alguna cuerda de la luz, o sumergida en el solar de alguna casa. También aprendíamos a perder. Aprendimos a decirle adiós a nuestros pájaros voladores, a reponernos de la frustración y la tristeza. Aprendimos a desapegarnos de tantas cosas queridas que habían salido de nuestras propias manos. Todos esos serían ejercicios prácticos que la vida nos permitía realizar y que dejaron honda huella en todos nosotros y fueron parte de nuestra formación.




En esta foto que nos ha facilitado la familia Medina Triana, podemos ver que el asunto de las cometas, no era sólo un divertimento exclusivo de los niños. Los adultos igualmente lo disfrutaban. En la foto, las casas del barrio al fondo y en primer plano, el señor Medina, de corbata, con un amigo elevando cometas y aquí los comentarios que hace su hija...


Diana Marcela Medina Triana - bueno les cuento que mi papi dice que antes al trabajo se iba de corbata obligatoriamente y como el trabajaba por turnos a veces llegaba y se entretenía elevando cometa cuando mi madre salía con los niños; es más, me cuenta que a veces se iban caminando hasta el hipódromo a ver correr a los caballos que eso era en Techo, ahora Plaza de las Américas...

Algunos nombres con los que se les conoce a las cometas en otros países:

Papalote en México, Cuba y Costa Rica
Chiringa en Puerto Rico
Chichigua en República Dominicana
Papagayo en Venezuela y algunas partes de México
Barrilete en Argentina, Guatemala y Nicaragua
Pandorga en Paraguay y partes de Uruguay
Volador en Bolivia y algunas partes de Venezuela
Volantín en Chile

Cortesía Familia Medina Triana




1 comentario:

  1. El verdadero arte se encontraba en la fabricacion de los panderos con sus disenos y tamanos.Los panderos eran mucho mas grandes que las cometas y por lo tanto tenian mayor resistencia al viento y el verlas elevar era un verdadero placer.

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