martes, 23 de diciembre de 2014

Un regalo de Navidad



Existen tantas noches como días, y cada una dura lo mismo que el día que viene después. Hasta la vida más feliz no se puede medir sin unos momentos de oscuridad, y la palabra -feliz- perdería todo sentido si no estuviese equilibrado por la tristeza” - Carl Gustav Jung






Cerré los ojos y todo se hizo claro. La casa que habitábamos mis padres, dos hermanos menores y yo, era una simple cabaña en medio de un bosque cubierto de nieve en una zona montañosa. El frío era casi insoportable, pero parecía más crudo aún, cuando teníamos, como ese día, el estómago vacío. La pobreza era nuestro mayor abrigo y esa noche ni siquiera había leña para poner en el fuego y lograr un poco de calor. Observaba la cara de angustia y desconsuelo de mi madre y mi padre permanecía casi inexpresivo, un poco ya ausente. Los días avanzaron, no muchos y de nuevo la familia estaba reunida para asistir al funeral de mi padre. Yo tenía unos diez, cuando más, doce años y llevaba de mi mano a uno de mis hermanitos. Mi mamá llevaba al más pequeño y algunas muy pocas personas la rodeaban de afecto y compasión. Luego ocurrió lo inevitable. Mi mamá tuvo que colocarme en  una casa donde me recibieron para desempeñarme en algunos quehaceres domésticos, los que con mi poca edad podía realizar. Aún ahora, cuando cierro los ojos y recuerdo ese momento del desprendimiento de mi madre y mis hermanos, después de sentirme huérfana de padre, se produce un escalofrío que recorre mi cuerpo. Mi vida ya era lo suficientemente triste para entonces. La familia que me acogió fue buena y procuró brindarme el cobijo y la comprensión que me permitieron continuar viviendo. Transcurrieron mis siguientes meses sintiendo la ausencia de mi verdadera familia, extrañando a mis hermanitos y preocupada pensando en la suerte que todos ellos habrían tenido tras la muerte de nuestro padre. Nunca más supe de ellos. 





El siguiente invierno llegó y la enorme casa donde ahora trabajaba cambiaba todo su aspecto por esta época. Muchas luces se encendían, en contraste con nuestra vieja cabaña en las montañas, donde mi papá vivió trabajando como leñador;  allí la poca luz que había era la que se encendía a través de una vieja lámpara de aceite y la que desprendía la leña que se ponía en una especie de chimenea dentro de la casita y que era lo que nos proporcionaba algo de calor durante los prolongados inviernos. 
Esa noche de invierno en la casa se esperaba la llegada de muchos invitados. Todos los salones se habían dispuesto con grandes bandejas de comidas especiales y largos manteles. 





Yo había participado en todos los preparativos incluyendo, desde luego, el aseo y la decoración de la casa. Estaba cansada y en la primera oportunidad que tuve, mientras por una ventana observaba la llegada de los miembros de la familia que iban llegando muy sonrientes y adecuadamente abrigados para protegerse del intenso frío, permitía que mis pensamientos volaran recordando a mi familia a quien ya hacía un año no veía. Mis ojos se fueron llenando de lágrimas y el llanto se convirtió en un mar incontenible de tristeza y soledad. Cuando creía que me ahogaría en mi propio llanto, escuché de pronto una voz que mis oídos reconocieron inmediatamente. Era claramente la voz de mi padre. No había nadie conmigo cuando logré abrir mis ojos para ver donde estaba él. No había nadie. El era solo una presencia, algo que yo no veía, pero que sentía. Lo que ocurrió enseguida, sólo lo pude comprender yo, quien en ese momento me estaba dando cuenta de que ese padre que había muerto, ese pobre, miserable y enfermo leñador que había fallecido, era el mismo padre que yo tenía ahora en esta vida desde la cual narro. El me abrazaba y me decía. "No llores por mi ausencia, yo estaré siempre contigo. No desperdicies tu llanto, ni permitas que la tristeza invada tu corazón. Disfruta lo que en esta vida tienes, anda, sécate las lágrimas y participa de esta fiesta de navidad con la demás gente y sobretodo, no olvides que siempre estaré contigo." Como por arte de magia, mi tristeza se desvaneció y aunque yo continué llorando, en ese instante, el llanto era de felicidad al comprender que mi padre había regresado de otra manera para hacerme compañía una vez más.  





Yo me hallaba sentada en uno de los consultorios del Instituto Weiss, donde atendían el doctor Brian Weiss, renombrado psiquiatra autor de varios libros y difusor de la terapia regresiva, y algunos de los profesionales que eran sus colaboradores. Después de un breve diálogo entre mi terapeuta y yo, en lo que se llamaba la integración de la regresión a la vida presente, abrí mis ojos para concluír la hipnósis y mi sesión del día. Era víspera de navidad, una de las primeras que yo pasaba en este país y lejos de muchos de mis seres queridos. Salí del consultorio supremamente emocionada y dispuesta a lograr que aquella fuera una navidad inolvidable. El día que volví a ver mi padre y le relaté esta historia, nos abrazamos y a los dos se nos escurrieron las lágrimas. El parecía feliz de sólo pensar que en otra vida el pudiese haber sido también mi padre.





Finalicé mi terapia de regresión con algunas otras experiencias que a lo mejor un día me atreva a relatar, pensando que así fuera mi subconsciente quien reprodujera esas imágenes como sacadas de una película que se fabrica en el interior de mi mente, la parte terapéutica para mí rescatable, era la de las conclusiones que ya a nivel consciente, yo podía elaborar y que eran positivas para mi vida presente. Quiero anotar, para finalizar, que la razón de esa consulta había sido explorar los motivos por las cuales yo sentía una fobia y una gran melancolía durante la época de fin de año. 





Comparto con ustedes hoy esta experiencia, que para mi fue como un gran regalo de navidad para el resto de mi vida, deseándoles un final de año lleno de tranquilidad, independientemente de los ritos o tradiciones que cada quien realice durante estos días. 




1 comentario:

  1. Hermoso, nos dá la posibilidad de reconocernos como seres multidimensionales y abrir la conciencia para evitar quedarnos en la superficialidad

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