sábado, 21 de enero de 2012

El secreto de Hugo



“Secreto de dos, secreto de Dios, secreto de tres, de todos es.”  Asi nos decia mi abuela de cuando en cuando, si nos encontraba a mi hermana Myriam y a mi por ahi en algun lugar de la casa cuchicheando. El versito me quedo muy bien grabado en la memoria y lo comprendi perfectamente desde entonces; con el paso del tiempo y la salida de mas canas, voy dandome cuenta de lo importante y saludable que es evitar mantener secretos porque tarde o temprano se descubren. Cuando alguien me dice voy a contarte algo pero es un secreto, le respondo: mejor no me lo cuentes, porque si es secreto, de pronto a mi se me escapa y termino revelandolo. Asi me libre del compromiso de guardar secretos y me siento libre de soltar la lengua cuando me convenga. No soy de fiar...

Hay por ejemplo, grandes secretos de estado, que con toda la reserva que se pretende mantener alrededor de ellos, nunca falta el espacio por donde se filtra la informacion (tenemos recientemente el caso de Wikileaks) y terminan saliendo a la luz publica datos y documentos insospechados y se viene abajo la credibilidad de muchas personas e instituciones.




Igualmente ocurre  con los secretos de familia, que con el pasar de los dias se convierten en poco saludables y si se quiere toxicos, pues tienden a auspiciar relaciones insanas y ambientes de desconfianza y recelo; cuando se revelan, resulta mucha gente involucrada y por ende damnificada. Es muy frecuente que estos secretos esten relacionados con abusos infantiles, incestos, relaciones extra-matrimoniales e hijos producto de infidelidades, una serie de situaciones, que por complicadas que sean, siempre es mejor enfrentarlas cuando los implicados aun estan vivos, por si es necesario hacer aclaraciones, rectificaciones, y llegar al perdon.  Esto es algo importante en la vida, para procurar enmendar de alguna manera los errores cometidos; no hay quien escape a la necesidad de dar y recibir el perdon. Cualquiera que sea la verdad, es mejor enfrentarla mas tarde que nunca, y yo sigo convencida de que esto es mucho mas sencillo, que pretender sostener una mentira o mantener un secreto indefinidamente. Tarde o temprano, dicen por ahi, la verdad sale a la luz.


Ximena y George - Cortesia Familia Caro

Hay otra clase de secretos, los de amor, que tienen que ver con esos sentimientos que se han mantenido, si no ocultos, por lo menos no manifiestos, cuando se trata de esos amores platonicos que tambien muchos seres humanos hemos tenido alguna vez en cualquiera de las etapas de nuestra existencia. Hay quienes se enamoran en la infancia de algun vecinito, de su primera maestra o de algun profesor que quizas represente una figura materna o paterna, cuando aun estamos en ese proceso de resolver el famoso conflicto edipico. Hay otros amores platonicos en la adolescencia, cuando los muchachos se enamoran de la maestra de las buenas piernas o con alguna parte prominente de su figura femenina, o las muchachas de ese profesor de educacion fisica de cuerpo atletico, brazos fuertes, o que se yo. Esos amores obedecen un poco a ese arrebato hormonal que ocurre en esta etapa de la vida. Mas adelante hay quienes se enamoran de algun imposible, como cuando el ojo se desvia y se incurre en ese mandamiento que señala el no desear la mujer del projimo (menos mal que a nosotras las mujeres se nos dio el beneficio de poder echarle ojo al vecino, porque el mandamiento nunca dijo algo sobre no desear al hombre de la projima).

Cuando de la sola atraccion o del enamoramiento no se pasa a mayores, el secreto termina siendo con el tiempo, apenas un grato y simpatico recuerdo del que nos reimos y podemos hacerlo publico en cualquier momento de la vida, cosa que no ocurre cuando las cosas se enredan y surgen acciones perjudiciales para todos los implicados. No es este el caso del secreto que quiero ahora hacer publico, porque aqui no hubo damnificados. Y en todo caso, aun sin saberlo, el primer involucrado se llevo el secreto a la tumba.



Habia en la historia que recuerdo del barrio, un par de hermanos a quienes yo reconocia solo de vista. Uno alto, delgado, trigueño, y el otro mas blanco, tambien delgado, pero mas bajito.  Sus nombres yo los sabia, pero nunca supe cual era cual. Uno, Hugo Hernando y el otro Luis Edmundo. Se trataba de los hermanos Ruiz, vecinos de los Pinzon. Apenas hace unos dias, comentando con pesar el fallecimiento de Hugo y recordando anecdotas con mi hermana Myriam y con Memo Gomez, mi cuñado, surgio el tema de la “relacion secreta” que en mi infancia tuve con uno de ellos. La sorpresa para mi fue al descubrir que quien habia fallecido habia sido el hombre de mi idilica historia y no su hermano Edmundo, quien yo suponia era el protagonista de este amor fallido. Con todo respeto a el y a su familia, a manera de homenaje a ese amor de mi infancia, quise revelar publicamente la anecdota, que ya al mismo Hugo se la habia contado por este medio, sin saber entonces, que estaba hablando con el mismisimo protagonista. Apenas en tono de chiste, le conte mi secreto de amor, que el sin pista alguna escucho, ya que su memoria en ningun momento conecto con el incidente y solo me hizo un par de preguntas; el no recordaba ni mi nombre, ni la calle donde yo vivia. Ahora, de alguna manera, se fue con “nuestro secreto” a la tumba.



La historia empezo cuando yo tenia unos nueve o diez años. Por el  frente de mi casa veia pasar con alguna frecuencia a un muchacho alto, delgado, y para mi, atractivo, que usaba jeans ajustados y camisas a cuadros. Habia algo en su personalidad, en su forma de actuar, de caminar, que a mi francamente me gustaba. Lo veia pasar a veces solo, otras con el grupo de amigotes con los que siempre andaba y sabia que vivia no muy lejos de mi casa. Mi inocencia infantil sin embargo, no me permitia mas que admirarlo y verlo pasar siempre de largo, mientras yo observaba todos sus ires y venires. Ocurrio un buen dia, que estando yo jugando al frente de mi casa con otros niños vecinos, paso el con su “gallada” de siempre y se pararon en la esquina a conversar. Yo, como de costumbre, notaba su presencia, pero esta vez me sorprendio. Ahi delante de sus amigos, sin saber siquiera mi nombre, me miro y me llamo: “Oiga Peladita...venga un momento.”  Cuando yo, como un tomate y absolutamente invadida por la timidez, me le acerque siguiendo su llamado, me dijo: “Cierto Peladita que usted y yo vamos a ser novios cuando usted tenga quince años?”  Sus amigos apenas se reian, y yo sorprendida pero jubilosa por esa declaracion de amor anticipada cinco años, respondi con un SI rotundo, mientras mi mente infantil no terminaba de procesar las implicaciones del haber empeñado mi palabra tan facilmente. Por supuesto que esta historia permanece en la inocencia de mis recuerdos de infancia como algo inolvidable, pues en ese instante, yo si crei absolutamente que el y yo ibamos a ser novios algun dia que jamas llego. Creo que mantuve viva mi ilusion por un par de años, pero por supuesto, cuando llegue a los quince, habia olvidado mi promesa de amor y el la suya.  Despues de cierto tiempo, no lo volvi a ver, cuando supongo que su familia se fue definitivamente del barrio. Fue solo cuando el aparecio en esta pagina de los muzulmanes, que retorno el recuerdo de ese amor inocente de mi infancia y se lo relate a el, pensando que habia ocurrido con su hermano Edmundo. Yo sencillamente tenia confundidos los nombres!!!
En mis memorias de infancia quedara para siempre mi recuerdo de Hugo Hernando, a quien ya puedo colocarle el nombre propio...


Amor infantil - Paul Anka

Cancion de las simples cosas - Mercedes Sosa

sábado, 7 de enero de 2012

Las Cabañuelas



En los tiempos de nuestra infancia, (érase una vez...) cuando pasaban las Cabañuelas, era cuando verdaderamente se consideraba que empezaba a andar el nuevo año y la vida retornaba a la “normalidad”. Para los muzulmanes de las nuevas generaciones, aclaro, las cabañuelas correspondían a los doce primeros días del mes de enero, que determinaban, según esas viejas tradiciones de los abuelos, cual iba a ser el clima reinante en cada mes del año. Entre lo que anunciaban las Cabañuelas y el Almanaque Bristol, uno sabía por anticipado lo que ocurriría el resto del año. Con la modernidad y los avances tecnológicos, hay métodos nuevos, y seguramente mas asertados, para predecir el clima; aún así, nos encontramos hoy en día con esos fenómenos del Niño, de la Niña y tantos otros, que nos producen desconcierto y sensación de impotencia frente a los fenómenos naturales.  



Desconcierto también era lo que sentíamos al llegar esta época de las Cabañuelas y saber que iban quedando atrás los desordenes de las Navidades, que en la casa se iba  retornando a la cotidianidad y que las tan queridas vacaciones, rápidamente  iban llegando a su fin; que había que  empezar a pensar en el futuro inmediato, el nuevo año escolar. Nuestros padres veían como una pesadilla los gastos que se avecinaban con el ingreso de los muchachos de nuevo al colegio. Las matrículas, las pensiones, los uniformes nuevos, (los viejos pasaban al hermano que seguía en turno), las listas de útiles e inútiles, que en ese entonces no eran tan largas como las de hoy en día, el pago del transporte escolar para los que lo iban a necesitar y en fin, el año empezaba con sus respectivos dolores de cabeza para los padres y los mayores.



Para uno, sin embargo, era todavía el tiempo de las vacaciones. Eran esos últimos días los que se saboreaban con mayor deleite, como cuando bebe un delicioso jugo de fruta fresca y ve como poco a poco, el contenido del vaso va consumiéndose. Esos últimos sorbos son los más sabrosos o 'saboriosos', como dice por ahí una amiga mía... Así mismo, los últimos días de las  vacaciones resultaban cortos, para toda esa cantidad de cosas que soñábamos realizar antes de que llegaran los tiempos de las tediosas tareas, de las mayores responsabilidades, con esa historia que nos echaban de que ya tu estás más grandecito(a) y que había que asumir la correspondiente conducta con estoicismo y sacando pecho. Pues así, esos últimos días, sabían a gloria.


Generalmente, en esa época todavía se prolongaban las tardes de verano bogotanas y, en su mayoría, en el vecindario, eran ocupadas en esos juegos que todos recordamos con especial cariño. Además de las jugadas de tarro, escondidas, soldados libertados, de partidos de fútbol y muchos más, venía la temporada en la que nos preparábamos también para el inicio del nuevo año escolar y nos llenábamos de nuevos propósitos. Era estupenda esa época en la que las grandes preocupaciones que teníamos, consistían en decidir de qué color íbamos a forrar los libros y cuadernos, cual iba a ser la nueva maleta que llevaríamos, si continuaríamos llevando lonchera, o si por estar mas grandes, ya se nos permitiría manejar algún dinerito para las onces. Nos preocupaba cómo íbamos a vernos con el uniforme nuevo, o los que habíamos concluído la primaria, cómo haríamos para dejarle saber al resto del mundo que ya estábamos en bachillerato!!!  




Eran esos, sin duda y a pesar de todo, días maravillosos para nosotros y para los dueños del Baratillo, el Jar, las tiendas y demás negocios y misceláneas, que se surtían de toda clase de útiles e implementos para la temporada. Los juegos del día y las preocupaciones que mencionábamos, eran los que ocupaban mayormente nuestra mente durante los últimos días de las vacaciones. Y entonces, en medio de ese movimiento que se producía con el comienzo del nuevo año, surgían nuestros buenos propósitos, que con el transcurrir del tiempo, muchos irían quedando en el rincón de la memoria donde guardábamos las promesas incumplidas que nos hacíamos cada año, como esa de ser niños obedientes y más aplicados, por ejemplo. Ese último adjetivo se me escapa ahora de los laberintos de mi mente y reaparece, porque no había vuelto a escucharlo. Creo que ese vocablo cayó en desuso como tantos otros.... Pero, y que era ser aplicado? Se que todos lo podríamos definir, pero realmente no eran muchos los que llegaban a serlo. En todo caso, nos prometíamos a nosotros mismos ser más juiciosos (otra palabra rara), hacer todos los días las tareas, llevar los cuadernos al día sin arrancarles hojas, cumplir con los horarios de clase, olvidarnos de hacer trampas, mucho menos pensar en capar clases y todas esas fechorías que nos colocaban en el blanco de los castigos paternos y de las autoridades escolares.



En fin, ser aplicados, juiciosos y obedientes, eran algunas de nuestras metas al comenzar cada año escolar. La moda de los calendarios A, B y C, vino después, pero en ese entonces, era en Febrero cuando generalmente ingresábamos al colegio. Esa ambivalencia de emociones entre la tristeza por la culminación de las vacaciones, se combinaba con la ansiedad porque llegara pronto el primer día de clases, no sólo para estrenar todo lo que constituía el equipo de estudiante del grado correspondiente, sino para saber quienes iban a ser nuestros compañeros de curso, si nuestros viejos compinches continuarían en nuestro mismo salón, o si maestros y/o padres habrían decidido cambiarlos de aula o de colegio. Quienes iban a ser los nuevos torturadores de turno (léase profesores) y quien el director de grupo, para tener una idea vaga de lo que nos esperaba en esos diez meses restantes. Queríamos saber si venderían nuevas golosinas en la cooperativa del colegio a la hora del recreo y en fin, había muchas expectativas y definitivamente nuevos y grandes propósitos. Nos prometíamos levantarnos temprano, ser mas limpios y ordenados, realizar todas esas tareas que como niños grandes entendíamos que nos correspondían. Iniciábamos brillantemente el nuevo año llenos de ilusiones, de motivación, de promesas y determinados a mantenernos firmes en ellos.



Mucho de eso ha cambiado. Ya no nos esperan los deberes escolares, ni tenemos a nuestros padres detrás nuestro recordándonos a diario lo que debemos y no debemos hacer. Nos hemos convertido en padres y muchos también en abuelos, y seguimos, sin embargo, empezando el año haciéndonos nuevos propósitos, seguros de que el nuevo año será más prospero, que haremos mejor las cosas, que algunos de nuestros malos hábitos quedarán en el pasado y que seremos capaces de re-emprender el vuelo con mas bríos, enfrentando nuestro destino por los próximos meses, llenos de buena energía y de confianza en nosotros mismos. Tengo la certeza de que muchos de esos nuevos proyectos de vida se realizarán. Cada día, de seguro, algo lograremos hacer que nos permita sentir la sensación de que transitamos el camino correcto y que estamos creciendo y convirtiéndonos en los seres humanos que cada uno de nosotros quiere ser. A todos mis amigos muzulmanes les deseo muchos éxitos en el logro de tan buenos propósitos. Ya no tenemos razones para desconfiar de nuestras capacidades. Hemos crecido lo suficiente y ese niño desvalido y lleno de temores e inseguridades que alguna vez quizás fuimos, está respaldado por un adulto maduro e inteligente, capaz de tomar decisiones y de asumir el timonel de la existencia. Mucha suerte, mucho animo y que ojalá descubramos todas las preguntas que necesitamos hacernos.... !!!!



Me impacto el bailarín y su atuendo

 Imposible olvidar a Serrat y todas estas canciones
Mi Niñez
Barquito de Papel