No sé si algunos de ustedes, como yo, sientan especial afecto por cierto(s) meses del año. ¿Acaso será el de nuestro cumpleaños? ¿Los de las vacaciones?
Pero....cuántos de ustedes han sentido alguna vez, una especie de aversión por el temible mes de Noviembre? Yo soy una de ellas! Afortunadamente, en este mismo mes celebro el cumpleaños de personas muy queridas, lo cual ayuda a que se contrarreste el desamor que a lo largo de los años sentí por este penúltimo mes del año. No dejo de pensar en esos recuerdos que hasta hace algún tiempo todavía me perseguían al empezar a correr este mes, que se inicia con la celebración del día de los muertos y el de todos los santos.
Ahora que lo pienso mejor, creo que tenían razón en colocarse juntas esas fiestas, ya que por un lado se recordaba absolutamente a todos los personajes del santoral, que eran invocados durante este calamitoso mes más que en ningún otro, y por otro lado, estábamos en vela, como almas en pena, no los santos difuntos, sino los vivos, pero muertos de miedo, como yo, que temíamos lo que durante este mes ocurriría.
¿No les pasaba a algunos de ustedes, que a medida que se aproximaban los exámenes finales en Noviembre y ante esas durísimas pruebas que verificaban nuestro aprovechamiento académico, la sangre se les iba como congelando del pánico, y el pulso y el corazón cambiaban su ritmo normal? La razón era debido a que pronto se corroboraría que el año se nos había ido entre fantasías, sueños, recochas y juego y mas bien poco de tareas!
Sé que algunos de ustedes no estarán de acuerdo conmigo, porque no sufrían de este mismo mal. Muchos, eran sin duda, los que por el contrario, hacían parte del grupo de los condecorados, los que salían con la frente en alto ese último día, el de la clausura de clases, con un enorme diploma o mención de honor en la mano y cuántos incluso, con una medallita colgando de la solapa del uniforme. Ese no era mi caso! Fueron pocas las veces en que con temblor en las piernas tuve que pasar al frente de todo el colegio, y parada ahí al lado de la bandera de Colombia, aceptar ese honor de la medallita que me produjo siempre algunas complicaciones.
No fue nada fácil olvidar esos Noviembres con sus noches de desvelo, tratando de ponerme al día con los conocimientos no logrados durante los restantes meses, para hacer quizás el único y último intento serio de pasar las materias, antes de que se pusiera en evidencia mi negligencia y mi desgano por esas tediosas clases que me producían mas sueño y cansancio que interés auténtico por el conocimiento que, afortunadamente, posteriormente floreció por obra y gracia de algunos buenos maestros a quienes doy las gracias y los respectivos créditos. No fueron en vano tampoco esos días transcurridos entre angustias y avatares. Pese a todos ellos, la suerte pareció favorecerme y casi sin enterarme, un buen día, sentí que me desalojaban de un empellón de las aulas del colegio, donde transcurrieron quizás los mejores años de mi infancia y adolescencia.
Inevitablemente, hacia finales de cada Noviembre, las preguntas eran mas o menos las mismas: ¿Pasaría el año? ¿Tendría que habilitar alguna material? ¿Mis compinches también serian aprobadas y podríamos continuar juntas el año siguiente? Hubo, desde luego, muchos golpes de pecho, arrepentimientos y buenos propósitos con promesas para el año siguiente, que poco se cumplieron, pero ante tales vicisitudes y el apremiante momento de la entrega de calificaciones, no había otro remedio que encomendarse a todos los santos, prometer lo que resultara más convincente y desde luego, presentar un comportamiento intachable en esos últimos días, tanto en la casa como en el colegio.
Esas buenas imágenes de las últimas semanas, podrían contar a la hora del balance final. Padres y maestros tendrían fresco el recuerdo de nuestros últimos días de clase y quizás, ese comportamiento fuera tenido en cuenta, para borrar algo del rosario de quejas que nos habían acumulado durante los meses pasados. Esos finales del agonizante mes de Noviembre eran tan lánguidos como nuestros ánimos. Presentíamos lo peor y ya era demasiado tarde para dar marcha atrás al calendario. Había que estar preparados para lo peor. Aquellas eran noches de angustia, de pesadillas y hasta de insomnio.Teníamos que recurrir también a los préstamos de último momento de los cuadernos ajenos con los apuntes al día, para lograr llegar a los exámenes finales con el cerebro un poco más entrenado. Ahí sí seguíamos cuanto consejo escuchábamos. Levantarse a estudiar a las tres o cuatro de la mañana, lo que no habíamos hecho en uno solo de los días pasados. Poner papelitos debajo de la almohada con esas fórmulas matemáticas que no lograban quedarse en nuestra cabeza, con la idea de que los buenos espíritus nos apoyaran y nos iluminaran al día siguiente, o que alguno de esos métodos hipnopédicos, finalmente funcionaran. En última instancia, confesémoslo, había que recurrir también a los sopletes. No eran fáciles esos días finales del mes de Noviembre.
Hoy en esta nueva etapa de mi vida, la llamada madurez, por fin puedo sentir ese alivio de no tener que prepararme más para alguna prueba académica u otro examen que no sean los médicos de rigor propios para esta edad y que los aprendizajes nuevos, aunque también difíciles, vienen acompañados de una actitud más serena y adulta, y ese manual de instrucciones que hemos ido acumulando con los años y las experiencias vividas, nos permiten sobrevivir día a día, disfrutando todo lo que la vida nos regala con cada nuevo amanecer.
Quedaron lejos los nefastos Noviembres con sus entregas de notas y esos temores por los resultados, que sentíamos como la crónica de una muerte anunciada, aunque hoy sigo dando gracias, de todos modos, por esos angustiosos días que, aunque dejaron muchos sinsabores, también nos proporcionaron, como quiera que haya sido, bases sólidas para enfrentarnos a lo que siguió.
Adios Noviembres de terror....por y para siempre!!!!
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