La semana santa, para la mayoría de quienes vivimos en lo que llamamos occidente, tiene una connotación religiosa. Es la semana que, para todo el mundo cristiano en el que están incluídos católicos y todas las vertientes del cristianismo, representa una parte esencial de su historia; es la semana en que se recuerda la vida y crucifixión de Jesucristo. Sin embargo, no todas las religiones, ni todos los occidentales, hoy en día viven y celebran estas fechas de la misma manera. Con los cambios que el mundo globalizado ha ido teniendo, hemos tenido que irnos acostumbrando a convivir con personas que profesan diversas religiones, o ninguna, y con todas ellas, igualmente disfrutamos unos días de descanso y reflexión por esta época del año. Algunos se concentran en continuar fieles a sus creencias, siguiendo la tradición religiosa de sus padres, otros han adoptado nuevas creencias. Es así como en el presente, esta semana se ha convertido en una de las temporadas en que la gente viaja y se desplaza más, como en época de vacaciones.
En los tiempos en que crecí en el barrio, era raro encontrar una familia que profesara una religión diferente a la católica y por lo mismo, uno se acostumbraba a la idea de que estos días eran completamente dedicados a mantener los ritos de la iglesia. Yo apenas había escuchado algo de los protestantes, porque algunos miembros de mi familia, habían adoptado nuevas creencias y ahí comencé a darme cuenta de que no todo el mundo veía el mundo y vivía la religión de la misma forma. A medida que el tiempo fue pasando, fui comprendiendo que si bien era cierto que había unos pactos que existían entre la iglesia católica y el estado (el llamado concordato) que comprometía a la gente a matricularse en la iglesia católica, había muchas personas que de una manera independiente profesaban otras religiones y seguían tradiciones diferentes.
Hoy debo confesar que en aquellos tiempos, me era muy difícil aceptar que hubiera personas que creyeran y pensaran de una manera diferente a la mía y a la de mi familia. En los colegios se enseñaba y se profesaba con exclusividad la religión católica y no había espacio para otras formas de espiritualidad. El mundo para mis ojos infantiles se dividía en buenos y malos, en católicos (creyentes) y protestantes, judíos y ateos (no creyentes). Ni siquiera habían aparecido en mi ingenuo panorama los musulmanes, budistas y demás. Los católicos, obviamente, eran los buenos y a ese mundo pertenecía yo. El otro mundo, era el de los malos, el de los que profesaban un credo diferente o no creían en el mismo Dios mío. La cuestión fue cambiando, el mundo se fue pareciendo más a lo que es hoy, y poco a poco yo fui abandonando mis antiguas creencias, no solo con respecto a las religiones, sino con respecto a las personas. La bondad y la maldad no eran ese asunto de ponerse del lado de los buenos en contra de los malos. Fui descubriendo que todos los seres humanos, profesando la religión que fuera, o sin ella, teníamos una parte que nos permitía ser seres humanos compasivos, solidarios, respetuosos y otra que en ocasiones hace que se nos salga el Judas y actuemos como los "chicos malos". Es decir que la maldad y la bondad, son dos polaridades que permanecen en nuestro interior y que solo depende de nosotros mismos el que cualquiera de sus expresiones se haga manifiesta en nuestras acciones y decisiones diarias.
Hoy en día, la vida nos viene enseñando a convivir con personas de todos los colores, nacionalidades y diversas formas de pensamiento religioso, político, filosófico y cualquier otra categorización que queramos hacer, y nos invita a respetar esas formas diversas y a unirnos por las semejanzas, en vez de dividirnos por las diferencias. Somos parte de una misma especie y como tales tenemos responsabilidades compartidas. Confío en que esta semana o estos días de descanso y de reflexión, nos ayuden a visualizar unos espacios de convivencia donde podamos caber todos, respetándonos mutuamente y procurando mirar en el prójimo sus acciones más nobles, antes de juzgarlo por sus equivocaciones. Seguramente esta práctica, nos irá llevando poco a poco a construir un barrio, un país, un mundo más grato para todos.
Que el barrio de nuestros recuerdos se transforme en un espacio donde reine una convivencia ojalá mejor que la que disfrutamos en los viejos tiempos. Que sus nuevos habitantes y los viejos que todavía permanecen allí, logren establecer unas normas de convivencia y maneras de comunicación acordes con los tiempos actuales, despojándose de la violencia y agresividad que lleva sólo a acciones retaliativas y destructivas.
Que podamos disfrutar en paz estos días de reflexión donde quiera que nos encontremos. Y como dice el simpático "meme" que ha circulado por ahí, a manejar con precaución que no resucitaremos el domingo próximo...