Nanas de la cebolla - Serrat
"Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz"
El olvido que seremos - Héctor Abad Faciolince
Honrar a padre y madre era el cuarto mandamiento que, sin duda, de niños nos parecía uno de los más comprensibles; al menos para mí lo era, en esa época
en que debíamos recitar ese decálogo de 'pe a pa' antes de
confesarnos y hacer la primera comunión. La mayoría de nosotros, los
muzulmanes, crecimos dentro de la fe católica, así después, de adultos, cada
quien haya optado por las creencias que consideró apropiadas. En resumidas, a
los 7 u 8 años, honrar a padre y madre se reducía a obedecerles, no contestarles
de forma grosera, abstenerse de hacer gestos de desacuerdo cuando se nos daba
una orden y después de todo eso, seguir queriéndolos. El asunto no resultaba tan difícil la mayoría de las veces. Más complicado,
para mí, era eso de no jurar su santo nombre en vano, no codiciar bienes
ajenos, no fornicar y uno que otro más que se me escapa de momento. Ese verbo
honrar no era lo suficientemente claro para mí, pero sentía que más o menos
llenando esas básicas exigencias, yo podría sentirme una buena hija y
una respetuosa de ese mandamiento que todos parecían ser capaces de cumplir.
Cuando los tiempos fueron pasando, en la adolescencia, ya
empezó a ser más difícil manejar la situación. Habíamos sido ilustrados con cuanto cuento
nos repetía la abuela e incluso mi mamá, sobre los castigos divinos
que llegaban a quienes ignoraban los mandatos de los padres, como le había
ocurrido a quien en algún momento se atrevió a levantar la mano en actitud de
pegarle al padre y había quedado con la mano paralizada en esa posición, por el
resto de su vida; o la niña que subiendo los hombros, como queriendo decir “a
mí qué me importa", se había quedado también tiesa con los hombros levantados, y otras
cuantas historias ejemplarizantes. Yo hice mis ensayitos y descubrí que no pasaba nada de eso y pensé que quizás Dios, siendo tan bueno, había hecho una especial concesión conmigo. Esa
adolescencia, en todo caso caso, se fue llenando de pecados contra el cuarto mandamiento.
Confieso que fueron tantos, que no pude volver a confesarme. Con qué cara???
Más adelante los pecados siguieron aumentando y hubo un punto de no retorno. Me rebelé completamente frente a la
autoridad paterna y terminé rompiendo con una cantidad de condiciones con las que
me había sentido amarrada durante mi infancia y adolescencia. Cargaba un montón de
culpas a cuestas cuando empezaba a hacer mi vida adulta, y todavía el
significado del verbo honrar seguía siendo para mí una especie de enigma.
Pasé mi vida celebrando el día del padre y de la madre sin cuestionar mucho esas celebraciones. Cuando inventaron el del padre, me pareció lo más razonable, porque yo pretendía ser una de las que abogaba por la equidad. Si se celebraba
el de la madre, era claro que debía celebrarse el del padre. Fue apenas en 1966
que en Estados Unidos se formalizó el día, y como nosotros tendemos a copiar
todo lo que el país del norte hace, empezamos también a celebrarlo. Todavía no
estaba muy segura de haber comprendido a fondo el verdadero sentido de esta festividad
y de otras que fueron apareciendo después; hubo necesidad de crear el día del niño, el de la secretaria, del médico, del dentista, el ingeniero, el abogado
y así sucesivamente. Hoy por hoy tienen su día: el árbol, el agua, la tierra, el medio ambiente, y los 365 días del calendario, se nos van quedando cortos para las celebraciones.
Benicio Estrada C - Cortesía familia Estrada
En mi época de colegio se celebraba el de la madre exclusivamente
y la función en el colegio se llenaba con recitaciones, cantos, alabanzas y se repartían
claveles blancos y rojos. Cuando empezó a celebrarse el del padre yo ya no estaba en edad escolar.
Después, en los colegios se institucionalizó el día de la familia y se fue
acomodando el asunto. Yo continúe festejando en mayo el de la madre y en junio el del padre; cuando
ya convertida en madre empecé a darme cuenta de la responsabilidad de tener una
familia, comprendí el verdadero sentido de estos reconocimientos y valoré mucho más los sacrificios y esfuerzos que habían
hecho tanto las madres como los padres para levantar sus familias.
Finalmente mi vida fue llegando a esa etapa en la que mi par de
viejos empezaron a envejecer y a declinar. Ya había conocido una buena parte de
la historia de mis ancestros, valorando también el trabajo de los abuelos para
sostener esa rama del árbol familiar y entender que yo era parte de este. Fui
comprendiendo las equivocaciones de mis padres y las mías y se inició un proceso de
sanación y mutuo perdón. Pude al final de sus vidas reconocerlos como esos seres especiales que escogí para venir a este mundo a completar las tareas y aprendizajes que me han convertido en quien soy.
Padre e Hija - Juan Fernando y Venus Cháves
Lo cierto, después de todo, es que llegando a esta última celebración, ya siendo abuela, he logrado comprender que ese cuarto mandamiento va mas allá del respeto por las guías que nos daban, o del afecto porque sí; que "honrar a padre y madre", en mi opinión, es un proceso logrado al reconocerlos como seres humanos, aceptarlos y amarlos mas allá de la muerte, respetando, agradeciendo y valorando lo que de ellos recibimos para estructurar nuestro código personal y poder transitar por este mundo.
Que si hay padres buenos o malos, que si unos merecen y otros no, que unos fueron ausentes, que otros abandonaron, que dieron y que no. Todos ellos aportaron a la vida nuestra lo que por sus condiciones les fue posible dar. Este día del padre es ese momento del año en el que les agradecemos el haber hecho posible nuestra existencia.
A los padres que hoy día nos leen, un reconocimiento especial y un pensamiento de gratitud infinita para los que ya no nos acompañan.
Ese que me dio la vida - Alejandro Sanz