domingo, 21 de junio de 2015

La figura paterna



"Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz."
 El olvido que seremos - Héctor Abad Faciolince




Hace muchos años, durante una etapa de mi vida en la que me sentía frustrada, disgustada, desorientada y confundida, pensando que pese a todos mis esfuerzos por tratar de ser una buena madre y padre para mi hijo, los resultados no estaban siendo los esperados, sentí la urgencia de buscar ayuda profesional. Algo sin duda andaba mal, algo no estaba funcionando y necesitaba saber que era. 

Puse toda mi fé en quien por entonces consideraba el profesional idóneo para confesarle mis penurias y mis miedos y buscar la ayuda y orientación que estaba necesitando, e inicié unos años de psicoterapia que no sólo me ayudaron a clarificar mucho de lo que me tenía confundida, sino que me abrieron un camino de conocimiento personal que todavía continúo; entre otros aprendizajes logrados, me permitieron ver y reconocer la importancia de ese vínculo con la figura de un padre.

A partir de aquella época, mi relación con mi padre fue modificándose hasta lograr lo que en terapia se denominaba la conciliación con la figura paterna. Supe así que los hijos, en mayor o menor medida, en algún momento de la vida van a cuestionar nuestro trabajo como padres y que el resultado de esa gestión, nos permite a todos enfrentar la adultez y los años posteriores de una manera más amable y tranquila si logramos poner al día, por decirlo de alguna manera, esas cuentas de cobro que tenemos pendientes con nuestros padres, y que ellos pueden avanzar en su proyecto de vida con la tranquilidad de haber sido reconocidos y valorados, a sabiendas de que como seres humanos imperfectos todos, padres e hijos, cometemos errores...  Unos hijos son más conscientes que otros y aceptan con mayor facilidad las equivocaciones y desaciertos de los progenitores, otros necesitamos mayor trabajo para poder entender, aceptar y perdonar, pero sobretodo perdonarnos por ese cúmulo de emociones que se generaron en nuestro interior por cuenta de los desacuerdos que hubo con los padres.

La nueva relación con mi padre fue transformándose en un especial vínculo que perduraría y que ahora, algunos años después de su fallecimiento,  valoro y aprecio más, por haber sido el resultado mutuo de unos esfuerzos por aceptarnos y reconocernos en nuestras diferencias, amando  y respetando nuestras individualidades. Con los días, descubrí que en sus viejos y amarillentos archivos, él conservaba todas las cartas que a lo largo de mi vida le había escrito.  Yo misma quedé sorprendida al darme cuenta de que en mi vida, a ningún hombre de los que he amado, le había escrito tantas cartas como las que le escribí a mi padre. Reconocí inmediatamente que efectivamente, para mi,  como para muchas mujeres, el primer amor que sentimos fue el amor por ese padre que marcó nuestras vidas con su afecto dado a su manera.

Hoy  a propósito de ese pacto reconciliatorio que logré con mi padre,  encontré esta carta que, desconociendo su autora, me he atrevido a modificar mínimamente en algunas partes, pero que me ha parecido valiosa y que quiero compartir, como una manera de rendir un homenaje a todos los padres ausentes, presentes, biológicos, adoptivos, periféricos, responsables e irresponsables y tan llenos de defectos como el que más, pero que de una u otra manera, marcan el destino de quienes los predecerán.





"Honro mi linaje masculino y te honro a ti papá, por ser el paciente agricultor de mi alma pues, tras haber sembrado tu semilla, cultivaste con amor y entrega aún sin poderme sentir dentro de ti. Recibiste tu cosecha con la más delicada ternura y construiste un cordón de corazón a corazón, para unirte conmigo en amor.
Te bendigo porque de ti he aprendido cómo protegerme, proveerme, cuidarme, guiarme. Y, si hubo algunas carencias, sé que fui yo quien te eligió así para, precisamente, aprender de esa experiencia.
Me responsabilizo de todo aquello que yo acepté e integré en mí como verdadero. Reconozco que tú cumpliste tu labor de la mejor manera posible de acuerdo a tus propios recursos y dando cumplimiento al contrato de alma que ambos acordamos. Nos perdono por cualquier sufrimiento que hayamos co-creado y agradezco las lecciones que de éste obtuvimos. Nos libero de toda historia de dolor, de miedo, de enojo, de tristeza y sus consecuencias en nuestras vidas.
Sé que me he convertido en quien hoy soy gracias al aporte que seres como tú han hecho a mi vida. Todo lo que necesite corregir y mejorar es ya labor mía y me sé acompañada por tí en cada paso, pues el cordón que entreteje tu corazón al mío es inquebrantable y siempre palpitante.
Es tu mirada la que me ha enseñado a ser mirada y reconocida por los hombres. Es tu amor el que me ha mostrado cómo merezco ser amada. Es tu misericordia la que me ha dado confianza para mostrar mi fuerza. Son tus caricias las que han dejado memoria en mi piel para sólo permitirse ser tocada por el otro en total amor y entrega. Asumo mi proceso y la responsabilidad de sanar con los otros hombres de mi camino todo lo que haya quedado pendiente contigo."

Finalmente, quiero agregar este último comentario que hubiera querido incluir en el momento en que publique esta entrada aquí en el blog y que ahora quiero resaltar por considerarlo de mucha importancia en lo relacionado con esto de la figura paterna en la vida de  los hijos, sean ellos del sexo que sea. Por circunstancias de la vida tales como separaciones, divorcios o muertes, hay un error que a menudo cometemos quienes asumimos el rol de madre-padre o viceversa y es el "pretender suprimir" la figura del padre (o de la madre) en la existencia del hijo, sea esto de una manera consciente o inconsciente; podríamos ocasionar a esos seres a los que tanto amamos, nuestros propios hijos, un grave daño. Podemos excluir de nuestra vida a los compañeros que un día elegimos y de los que en un momento decidimos sacar de ella, pero no podemos cometer la grave injusticia y el error de pretender excluirlos de la vida de los hijos. Las consecuencias de ésto las terminan pagando los hijos, quienes en la búsqueda de esa figura paterna o materna que se les ha negado, pudieran llegar a desarrollar conductas maladaptativas.