"El recuerdo es una manera de encontrarse" – Khalil Gibran
Resulta bastante divertido cuando uno se reúne con un grupo de amigos de vieja data y por alguna anécdota que surge, empiezan a aparecer revelaciones y confesiones de amores insospechados de infancia y adolescencia. Esos íntimos secretos que manteníamos tan bien guardados o ya casi olvidados, cobran una nueva dimensión y descubrimos que todos en alguna medida hemos vivimos situaciones semejantes, porque ese historial de experiencias que tuvimos durante nuestros primeros años, constituye el inicio del camino que recorrimos para aprender a relacionarnos unos y otros y descubrir el verdadero amor.
Ya en otra oportunidad, cuando hice público "El secreto de Hugo", comencé a desempolvar esas viejas historias de mis amoríos y ahora regreso con una que otra historia más, que para muchos no debe tener el más mínimo interés, pero que sin duda, les hará recordar a ese o esos personajes de la infancia y/o adolescencia, que en su momento, nos hicieron lanzar suspiros mientras mirábamos la luna y las estrellas.
Todos experimentamos y recordamos seguramente, esa etapa de nuestra niñez en la que nos disgustaba abiertamente jugar con nuestros pares de sexo opuesto. Los niños detestaban los juegos de las niñas y visceversa. Cada grupo iba por su lado y una que otra vez, en un grupo de niños se colaba una niña a quien le gustaba participar en algunos de sus juegos. Yo fuí una de ellas. No había para mí más emoción que poder encaramarme a la tapia de la casa, o trepar por ese tronco de un viejo pino que creció durante unos cuantos años en el centro del parquecito de nuestra cuadra. También disfrutaba mucho las vueltas a Colombia con latas de gaseosa o cerveza por entre los sardineles de las calles aledañas, o las barras, cuyo juego consistía en seguir al líder del grupo, haciendo los saltos, piruetas y volantines que éste sugiriera para el grupo. Todos los juegos que implicaran destreza física, me fascinaban, aunque me dijeran y me censuraran muchas veces porque se suponía que éstos eran sólo juegos de niños. Aparte de estos momentos esporádicos en que nos juntábamos con los niños, la cercanía a ellos era rara; sin embargo, no era extraño que en esos ires y venires del colegio a la casa, o de ésta a la iglesia, o a las tiendas, inesperadamente surgiera algún muchachito o muchachita de la que quedábamos prendados.
Ensayábamos el juego del amor y de un día de "noviazgo" declarado, aunque a veces el otro ni lo supiera, al día siguiente pasábamos a considerarlo persona no grata y a romper súbitamente ese vínculo afectivo que habíamos establecido el día anterior. ¿Cuántos novios o novias secretas tuvimos? ¿Cuántas veces fuimos capaces de declarar nuestros amores? Algunos eran más atrevidos o más valientes. Menos introvertidos, o más descarados. No sé como pudiera llamárseles. Existía además, para nosotras las niñas, casi una prohibición, porque no era frecuente, como ocurre hoy en día, que una niña hiciera una manifestación explícita de sus afectos a un niño. Ni más faltaba! hubiera dicho mi abuela. Eso de ir diciéndole al primer aparecido que le gustaba, y mucho menos preguntarle si quería que fueran novios, no era una conducta apropiada para una niña. Había además que conservar ciertas costumbres que indicaban que sólo se podía hablar de noviazgos, cuando se estuviera lo "suficientemente" grande siempre y cuando los padres lo autorizaran. Así por lo menos ocurrió en mi casa y en la de algunas de mis amigas. Había padres mucho más modernos y liberales, que no le ponían mucho problema a ésto y seguramente los hijos de ellos tuvieron menos dificultades para relacionarse como adultos.
En mi casa la ley era muy estricta. No teníamos nada que estar haciendo con los niños y si jugábamos en un espacio diferente a nuestra casa o al jardín de enfrente, tenía que ser donde estuviéramos a la vista de los adultos. Según mi papá, quien era el que ponía las reglas, sólo nos permitiría tener novio, una vez termináramos nuestros estudios universitarios!!!!! Si por él hubiera sido, nos hubiéramos quedado para "vestir santos" como se decía entonces. Tuvimos pues que ser del grupo de las transgresoras, desde que nuestro corazón y nuestras hormonas empezaron a causarnos dolores de cabeza.
Nuestro mayor "roce social" se producía en las famosas novenas bailables decembrinas, de las que ya hemos hecho historia. Así pues, esta época era muy deseada por nosotras, porque era la única ocasión en que podíamos echarnos nuestra bailoteada, pisándole los zapatos a nuestros mas diestros parejos de baile. A pesar de tanta restricción, había algunas otras ocasiones sobre las cuales los padres no tenían mucho control y así pasaban desapercibidas esas oportunidades que se nos presentaban de ir haciendo nuestras elecciones de novios imaginarios y sentirnos halagadas u ofendidas por las aspiraciones de algunos de nuestros admiradores del momento.
Mi primer desencanto quizás, que yo recuerde, ocurrió durante unas vacaciones. Dos días después de habérsenos permitido jugar afuera de la casa, en el parquecito del frente con los niños vecinos, surgió un inesperado admirador. Yo noté que él iba y venía por el frente de mi casa como buscando algo. "Buscando lo que no se le ha perdido", hubiera dicho de nuevo la abuela. Pero no; él estaba buscando la manera de hacer posibles sus fantasías amorosas. Da risa recordarlo, pero la suya consistía en ir a pegarse de la puerta de entrada de mi casa y por entre la rendija, entonar su canción de amor: "Ojos tapatíos". Alcanzó a empezar...."No hay ojos mas lindos en la tierra mía..." cuando apareció por ahí la abuela o alguien diferente a la inspiradora de su fantasía y eso bastó para que el pobre muchachito saliera a perderse. Hizo como éste, varios intentos infructuosos y todas las veces, la "serenata" quedó en mitad de camino. Días después, tuvo una mejor idea. Nuevamente volví a verlo merodeando los alrededores de la casa y en un momento de descuido de mi mamá o de la abuela, las únicas adultas que permanecían en la casa durante el día, ví que con movimientos rápidos se acercó a un hueco que recientemente habían hecho en un vidrio de la ventana cercana a la escalera y por allí metió un paquete que resultó ser una caja de pañuelos bordados o pintados, con una tarjetica con el nombre mío, escrito con esa letra medio ininteligible que tiene uno todavía cuando está en segundo o tercero de primaria y que a veces se queda así de por vida. No alcancé a disfrutar ni a ver en mayor detalle el presente que apenas caía en mis manos y del que a duras penas pude ver mi nombre chapuceadamente escrito, cuando sentí la mano de mi mamá que me rapaba el paquete. Ella, sin duda, se había dado cuenta de los sospechosos movimientos del pequeño galán y una vez rescató la caja de mis manos, le dio la orden a mi hermano mayor: "Vaya entréguele esto a ese muchachito (su nombre no lo menciono para no herir susceptibilidades) y dígale que sus hermanas sólo reciben regalos de su papá y su mamá. Yo quedé inmóvil con mi ilusión de tener los bonitos pañuelos, mientras observaba aún más frustrado que yo, a mi pobre aspirante a galán quien recibía la devolución de su regalito que, vaya uno a saber con cuánto esfuerzo, había preparado. Anduve por unos pocos días ilusionada con los pañuelitos, más que con mi admirador y luego olvidé casi por completo el incidente; pero descubrí a partir de entonces, que me gustaban los niños y que experimentaba cierta atracción especial por uno que otro de ellos.
Hubo unos cuantos juegos de esos que jamás llegaron a historias de amor, pero que siempre se recuerdan con alegría como cierta ocasión que sí quedó grabada en mi memoria, quizás por la situacion misma que impidió que el final de la historia llegara de una forma menos abrupta. Todo surgió de repente, tal como concluyó. Este era un muchachito rubiecito, cari bonito de apellido Aristizábal. Su familia era paisa; con ese apellido, ¿de dónde mas podría ser? debía vivir cerca de los segundos bloques o de Monte Blanco; nunca supe a ciencia cierta cuál era su casa. Así como apareció de la nada, un día se esfumó. Era compañero de colegio de mi hermano mayor y empezó a frecuentar mi casa por el asunto de las tareas y esos pretextos que uno inventaba para verse con los amigos. Los dos eran alumnos del Parroquial. Aquello fue amor a primera vista! A mí me gustó desde el primer día que lo ví y creo que a él le ocurrió algo semejante. Cruzamos unas pocas tímidas miradas y él empezó a ir a la casa con más frecuencia; ambos nos saludábamos sin poder evitar ese rubor que mutuamente nos delataba. Qué candor y qué inocencia la de esos tiempos!!! Después si se atrevía a preguntarme dos o tres cosas más, nuestra "amena conversación" era de inmediato interrumpida por mi hermano, que se iba con él por ahí a callejear. Nuestro "idilio" duró muy poco. Un buen día, me contó que se iba. Casi me desmayo con la noticia. Su familia lo enviaba a estudiar interno y de paso, me dió la dirección del lugar a donde iba a estar: Seminario Menor San Alberto Magno, Sonsón, Antioquia. Quizás él se iba ilusionado con que con esa información yo le escribiría, o eso fue lo que yo quise creer. No alcancé a preguntarle nada más. Se despidió de mí con una tristeza que yo percibí en su lánguida mirada y yo, con mi corazón arrugado, quedé como si me hubieran dado un baño de agua helada. Pasaron días y días de esas que para mí resultaron interminables vacaciones y todas las tardes trataba de inventar un plan para volver a verlo. Después de verme frustrada por la impotencia que la situación me producía, decidí hacerle un dibujito que copié del libro de Cuentos Pintados de Rafael Pombo; no recuerdo una jota de lo que le escribí. Era muy tímida como para hacerle declaraciones de amor, pero con las dos o tres frases que logré hilvanar, debí pretender darle una pista del destrozo que en mi corazón había ocasionado su partida. Con el escaso dinero de mis onces y en una rápida escapada a la oficina de correos, ahí en el segundo piso del primer bloque de tiendas, puse mi carta con las indicaciones que él me había dado.
Años más tarde, siendo ya adolescente, visitando a una amiguita del colegio, pese a las prohibiciones de mi papá, tuve un tropezón con uno de sus hermanos. Este fue otro amor a primera vista, pero en este caso, el enamoramiento fue de los suéteres! Después de ver el closet donde los mantenía muy ordenados y apilados, quedé absolutamente prendada! Ni siquiera cruzamos tres palabras además del hola del saludo, pero inmediatamente, gracias al atractivo mencionado, me declaré enamorada. Nunca supe como fue el click de él hacia mí. Salimos a vacaciones, él siguio con su familia y yo con la mía. Yo regresé de unas vacaciones en Ibagué y empecé a intercambiar correspondencia con una prima con quien nuestras confesiones de amores prohibidos habían empezado a fluír. Un buen día, mi papá detectó la correspondencia secreta que yo mantenía bien escondida en el fondo de la maleta y mi "amor secreto" se hizo vox populi. Mi papá furibundo me sentó en confesión y tuve que mentirle, obviamente y asegurarle que era un invento para impresionar a mi prima y que yo no tenía novio, ni conocía a ningun niño llamado Fulano. En parte mi mentira era verdad. Yo no conocía nada de este muchachito, excepto que era el hermano de mi amiguita del colegio, que usaba suéteres lindos y que estudiaba en el mismo colegio donde estudiaba mi hermano mayor. Jamás volvimos a vernos, pero entre su hermana y su prima que actuaron como celestinas para llevar y traer una correspondencia de noticas de amor semana tras semana, este extraño romance se prolongó por el resto del año escolar.
A través de estos juegos inocentes poco a poco íbamos iniciándonos en el mundo de las relaciones interpersonales y aprendiendo a reconocer nuestras propias emociones. Cuándo llegaría el verdadero amor? Y qué era entonces el amor? No lo sabíamos a ciencia cierta. Nuestras hormonas y nuestros cuerpos iban cambiando día por día y de la misma manera ibamos experimentando sensaciones y emociones que para uno eran difíciles de digerir en aquellas épocas. Hasta que llegó el amor a mi vida!!! Ya había escuchado decir a algunas de mis compañeras de colegio que habían encontrado al amor de sus vidas…y yo qué? El mío no aparecía. Hasta que el día llegó una tarde cualquiera, cuando a través de la ventana abierta del segundo piso de mi casa, repentinamente cayó una caja de fósforos que parecía vacía. Había alcanzado a ver quien la lanzaba, pero desconocía los motivos. En estos tiempos, se habrían podido tejer siniestras especulaciones alrededor del contenido de la caja, pero no en aquel entonces; dentro de ella venía una pequeña nota con una declaración de amor!!! Una vez leí el mensaje, supe que quien la había lanzado, no era el remitente sino un simple intermediario y era evidente que el emisario realizando su labor de inteligencia paso a paso, se había percatado de mi presencia cerca de la ventana y esperaba que fuera yo quien la recogiera, como efectivamente sucedió. Sin pensarlo dos veces, dí respuesta inmediata, un simple sí, con el que daba por identificado al amor que por fín tocaba las puertas de mi corazón. Aquel fue un amor hermoso y aunque todavía infantil, estuvo lleno de gratos recuerdos y de momentos que no se pueden olvidar. Como olvidar por ejemplo, esas largas noches de espera aguardando somnolienta a que mis padres se durmieran y que mi hermana, con quien compartía habitación también cayera profunda en brazos de Morfeo, para poder abrir sigilosamente la ventana de nuestro cuarto, cerca de la medianoche, cuando mi noviecito regresaba de sus clases y andanzas nocturnas; un silbido suyo era la señal inequívoca y yo saltaba a la ventana entreabierta para dejar caer lentamente una cuerda a la que iba atada una notica llena de unas cuantas frases empalagadas de promesas de amor eterno que yo le escribía en las tardes, y esperaba la correspondiente respuesta suya. El se marchaba luego para su casa y yo quedaba con el corazón henchido de amor después de leer sus notas. Esos momentos y esas emociones que los acompañaban, me animaban a levantarme al día siguiente, para ir al colegio a soportar las tediosas clases de cálculo, física, química y demás asignaturas e inspirarme no sólo en la escritura de las nuevas notas, sino para diseñar las estrategias para evadir la autoridad paterna y poder verme con él aunque fuera unos minutos diarios antes de que entrara a su colegio y yo saliera del mío. Así mismo planeaba los encuentros de fín de semana sin que mis padres sospecharan de mis voluntarias y prestas salidas a misa. Como olvidar los esfuerzos para hacerme a unos pocos pesos con los cuales sufragar el costo de mi regalo para su cumpleaños, o el del día del amor y la amistad reuniendo centavos de mis onces, o inventando trampas para aumentar el precio de algún texto que había que comprar, o alguna cuota extraordinaria en el colegio. Si de las 24 horas del día, las 16 o más de la vigilia eran ocupadas en toda clase de pensamientos idílicos, cómo no iba a llamársele a aquello verdadero amor???
Fue con el pasar de los años que comprendí que en realidad esos primeros amores habían sido tan auténticos y verdaderos como otros que se experimentaron en la adultez, aunque con muchos más ingredientes y que todas esas memorias conformaban un caudal de recuerdos afectivos que ahora en esta tercera edad, se convierten en tesoros invaluables de la infancia que me complace compartir con ustedes mis amigos, en un intento por prolongarles la vida un poco más allá de mis recuerdos…