domingo, 8 de diciembre de 2013

Del tranvía al ciclotaxi


 
 

Mucha agua ha corrido bajo el puente, como dicen por ahí, desde cuando los primeros buses de transporte público hicieron su aparición por las calles de Muzú hasta el día de hoy. Han transcurrido seis décadas desde su fundación y así como han ido emigrando y llegando nuevos habitantes en este lapso de tiempo, y como la arquitectura original del barrio se ha ido modificando, también el transporte público ha sufrido sus transformaciones.   


Si miramos hacia el pasado, como lo hemos hecho antes, en los primeros años después de su fundación, podremos recordar a Muzú como una isla creciente en medio de esos terrenos casi baldíos y semidesérticos del sur de la capital, donde uno se sentía viviendo como en un pueblito campestre, rodeado de lagunas, potreros y humedales. Las pocas familias que tenían un vehículo particular se podían contar con la mano y las rutas de transporte público que empezaban a circular por las principales vías del barrio eran bien pocas. La gente iba y volvía de sus trabajos y nadie se quejaba; parecía que el tiempo alcanzaba más por aquel entonces, a pesar de que todo estaba más fuera del alcance de la mano y se respiraba una vitalidad donde no cabía el cansancio, quizás porque sus habitantes eran en su mayoría parejas jóvenes empezando a formar sus familias, y poco a poco fueron haciéndose más y más numerosas. Por las vias intermedias se podía circular tranquilamente en bicicleta, patineta o patines, jugar golosa y cualquier otra clase de juego, sin el gran temor a ser atropellados por un carro. Muchos de nosotros tuvimos participación en esas carreras de carros esferados, y otros tantos, también recorrieron con sus llantas y aros calle a calle del barrio, sin otro temor que el de ser pillados por los papás en el lugar y hora  equivocados. De cuando en cuando se veían circular las zorras que repartían el carbón o la tierra negra para arreglar los jardines y hasta hubo algunos que lograban “colincharse” a uno de esos medios de tracción animal para darse una paseadita en zorra. Igualmente, colarse en los buses de transporte público, aunque era una aventura a la que no muchos se arriesgaban, era una pilatuna de muchachos, que por suerte no dejó graves consecuencias ni malos recuerdos, más que una u otra paliza por parte de sus progenitores, a quienes se dejaban pillar en acción. Hubo hasta ocasiones en las que tuvimos oportunidad de cabalgar; si señores, de cabalgar en burro o caballo por las calles y parques del barrio, gracias a las audacias de nuestros hermanos o amigos, que mágicamente aparecían con uno de estos animales y que se hacían sus propietarios por un par de horas, antes de que sus verdaderos dueños, dieran con el sitio donde se hallaban sus animales.

Foto cortesia de Juan Manuel Naranjo Velez
Nadie hablaba de trancones y en el barrio había un único semáforo, el de la entrada, que desde entonces da la bienvenida a los habitantes y visitantes del barrio, justo cerca de donde quedaba el primer paradero de buses. Un par de cuadras más adelante quedaba el siguiente y la gente estaba acostumbrada a respetar esos puntos de dejada y recogida de pasajeros. Con el crecimiento de la ciudad, así como fueron perdiéndose otros valores, se fue perdiendo también la civilidad y el respeto por las normas establecidas y los paraderos fueron desapareciendo. Después, cada quien corría, sacaba la mano en cualquier parte y si al chofer, en su guerra por el centavo le convenía, paraba súbitamente para recoger a quien le parecía. Fue volviéndose caótica toda la ciudad, casi sin que nos diéramos cuenta.
Tranvía Bogotano
En esos años, recibir una visita de un pariente que vivía en el otro extremo de la ciudad, causaba júbilo y era un acontecimiento que quedaba registrado en las estadísticas sociales de cada familia. Había que llegar en taxi, que siempre fue costoso, en carro particular, o en alguno de esos pocos buses que llegaban hasta el barrio.
La llegada desde el centro, se hacía tomando la Calle 1a, por donde quedaba el Hospital de la Hortúa y de allí, pasando por los barrios Eduardo Santos, Centenario, Olaya Herrera y Restrepo, iba saliendo hasta la autopista, pasaba por el Cementerio del Sur y Matatigres y cuando en la lejanía uno vislumbraba la bandera de la General Santander, sentía un gran alivio, porque sabía que por fín había llegado. Ese era el recorrido que tenían que hacer nuestros padres si trabajaban por la zona del centro. Después se construyó la carrera 30 que cambió por completo la vida del sur de la ciudad y se agilizó el tráfico existente.
Las principales vías del barrio eran la autopista misma y la que llamábamos la Avenida (carrera 46), que atravesaba el barrio desde el semáforo en la entrada hasta el Monteblanco, colindando con el Alcalá. La Autopista Sur era la salida que tenía Bogotá hacia las afueras de la ciudad. Bosa y Soacha, eran paupérrimos municipios que quedaban en los extramuros de la ciudad y que después se convirtieron en barrios anexados a la gran urbe.

 
De esta manera, las rutas que existían en esa época inicial, eran las que llegaban y entraban al barrio por la Avenida o carrera 46, con final de ruta en el Monteblanco, para los buses municipales que venían desde la Ciudad Universitaria; los azules de Sidauto tenían su paradero en los cuartos bloques y había una ruta más de buses blancos, que tenía su paradero en el Alcalá y que de regreso, a su paso por el barrio, traían su correspondiente aviso que informaba el destino final y una idea de la ruta: Centro- Cementerio-Samper Mendoza. Por la autopista existía la ruta 8 de Sidauto que salía desde las Delicias y que llegaba hasta el barrio Gaitán en el norte de la ciudad. Además transitaban por allí los buses de transporte intermunicipal que llegaban hasta el Muña y Sibaté o los Bolivariano y Flota Magdalena que salían por allí hacia el suroccidente del país; sus estaciones quedaban en el centro en los alrededores de la Plaza de los Mártires, por donde después, fue quedando espacio al sector de la famosa Calle del Cartucho cuando las estaciones de transporte intermunicipal fueron trasladadas a la Estación de la Sabana, cerca de los Ferrocarriles Nacionales. Años más tarde, estas terminales  de los buses intermunicipales también se trasladarian de allí cuando se construyó la terminal de transporte que conocemos hoy en día.

De esta manera, la ciudad que hasta los años del Bogotazo, aún siendo capital del país, se había mantenido casi fiel a las costumbres y tradiciones del siglo anterior, fue transformándose con la llegada de gentes provenientes de todos los rincones del país que venían en busca de mejores oportunidades, desplazados de sus tierras durante los años de violencia de esa época. Todas estas familias que arribaron a la capital por motivos de orden político y social, hicieron que la ciudad se viera forzada a atender las nuevas necesidades de vivienda y fuera cediendo paso a la modernidad. Bogotá fue convirtiéndose así, en el Distrito Especial, que poco a poco, fue anexando municipios aledaños; Muzú, ese barrio tan retirado en la geografía de la ciudad, fue integrándose a esos sectores de crecimiento popular que se dieron como parte del cambio que daba la capital y  lentamente el sur y el norte fueron definiendo su crecimiento y estratificación.


 

Durante la primera década de existencia del barrio, los llamados municipales, eran para la época, modernos y lujosos buses Pegaso, que llegaban hasta la ciudad universitaria. Sus choferes trabajaban perfectamente uniformados y eran bastante corteses con los pasajeros que a diario transportaban por una módica tarifa de $0.10. La pérdida para el barrio y sus habitantes fue grande, cuando por esos manejos irregulares de los gobiernos de turno, que todos conocemos, estos buses dejaron de circular y la flota de buses más bonitos y modernos que teníamos, sabrá Dios a donde fue a parar. Ellos habían sido parientes cercanos de los trolleys eléctricos que también circularon por algunas partes de la ciudad y la flotilla que sucedió al tranvía que tuvo vida durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX.

 
 
Cuando la ciudad se extendió y el barrio quedó rodeado de nuevas urbanizaciones, hubo necesidad grande de crear rutas nuevas de transporte público y por los setentas, aparecieron las busetas y colectivos. Una nueva ruta de busetas tuvo su terminal en el que en la década anterior había sido paradero de los municipales. Esta buseta atravesaba la ciudad y tenía su otro paradero en el norte, en el barrio Los Andes, al lado de Rionegro. La construcción de la Avenida 50 primero, y de la 68 en los años del famoso Congreso Eucarístico, permitieron la circulación de nuevas rutas de transporte y durante las siguientes décadas más y más rutas de transporte público se crearon hasta llegar a la era del transmilenio y Muzú una vez más se integró al cambio. La entrada del barrio se convirtió en una estación del transmilenio y ahora, con la llegada del último reporte gráfico que recibimos de Mauricio López, nuestro querido corresponsal, quienes hemos vivido lejos del barrio por muchos años, nos enteramos con sorpresa que, como él lo decía, podríamos confundirnos pensando que esas calles son las de Shangai. El ciclotaxi, esta nueva modalidad de transporte que para los actuales habitantes del barrio y de Bogotá son parte de la cotidianidad, no dejan de sorprender a los incautos que, como yo, hemos permanecido lejos del país por largo tiempo. En un lapso relativamente corto, hemos pasado del tranvía, al ciclotaxi.

Foto cortesia de Mauricio Lopez

Foto cortesia de Mauricio Lopez