domingo, 13 de mayo de 2012

Elegia

Con un saludo especial a las madres muzulmanas


Cortesia Familia Estrada

En los tiempos remotos de nuestra infancia, a diferencia de los actuales, se celebraba el Día de la Madre de una manera no comercial. Los hijos de entonces homenajeábamos a las madres con una presentación de colegio llena de canciones, bailes y poesías que con enorme devoción y cariño ensayábamos para dedicarles a ellas; nuestros regalos eran dibujitos o manualidades que las maestras nos ayudaban a realizar. Aquella celebración tan emotiva  fue convirtiéndose en otra clase de elegía, la que hoy en día causa mas angustias que se suman a las cotidianas. Pensar en cómo demostrar afecto a nuestros seres queridos, en este caso a las madres, es un verdadero tormento en el mundo moderno en que vivimos, donde las emociones pasaron a "expresarse" a través de regalos materiales, por cuenta de una sociedad de consumo que, con su mercadeo y publicidad, nos han convertido en individuos sujetos a toda clase de manipulaciones.






Alguna vez había contado una anécdota, que para mi resulta inolvidable, sobre una de las primeras celebraciones del Día de la Madre durante mi infancia. En los primeros años de vida, no recuerdo que mi papá  o algún adulto cercano a la familia, nos hablara de la existencia de un día especial del año que se dedicara a las madres. Tuve conocimiento de esta fecha más tarde cuando ya estaba en primaria y fue recientemente que, indagando un poco sobre el origen de esta festividad, me enteré de que provenía de un ritual en tiempo de los antiguos griegos, cuando estos rendían tributo un día en el año a Rea, diosa madre de Zeus y de otros dioses. Me transporté en la lectura recorriendo una porción de esa fascinante mitología antigua y fui llegando a la era cristiana, donde algunas de esas costumbres paganas fueron convirtiéndose en parte de ritos y tradiciones religiosas. Fue así como de esa celebración antigua, empezó a rendirse tributo a la Virgen madre de Cristo y de ahí en adelante, con otras influencias, fue creándose el famoso día de la madre que nosotros conocemos.

Rea madre de Zeus

Regreso a mis años escolares y me hallo en el mes de Mayo  recordando que era dedicado a la Virgen, siguiendo la tradición judeo-cristiana. En el colegio se hacían altares, se rezaban rosarios a lo largo del mes y había una serie de actividades que organizaban las maestras encargadas de estos eventos. Había unas que proponían una especie de altar ambulante que rodaba de salón en salón durante el mes, con el propósito de que nosotras las alumnas, ante la presencia de esa virgen inmaculada, tratáramos de comportarnos de una manera acorde. En otras ocasiones se organizaban procesiones, cadenas de rosarios, rincones especiales adornados para la virgen y donde cada quien, "voluntariamente" debía ir a ofrecer sacrificios diarios. A lado y lado se colocaban unos recipientes idénticos, uno vacío y otro lleno de granitos de trigo que se pasaban uno a uno al vacío, por cada sacrificio que se ofreciese. La meta era que al final  del día, el recipiente que al comenzar el día se hallaba lleno, terminara vacío. De esta manera, creo yo, se aseguraba un poco el manejo disciplinario de las alumnas. Se ofrecían sacrificios como no hablar en clases, no decir mentiras, llegar a tiempo al salón después del recreo, no pelearse con las compañeras, hacer las tareas en vez de copiarlas, consumir los alimentos que nos daban de onces en vez de botarlos o desperdiciarlos, compartir los juegos sin pelear y un sin fin de conductas con los que se pretendía halagar a la virgen y como no decirlo, a las profesoras.


Miya de Diaz

Culminando el mes, obviamente, había que rendirle tributo también a la madre de nuestros días. Se organizaban incontables ensayos previos al esperado día, que por lo general coincidía con el último domingo del mes. Había que practicar bailes y vestuario, afinar las voces en el coro y las que corríamos con menos suerte, debíamos aprender de memoria largos poemas con sus versos, metáforas y ese lenguaje lírico que para uno era carente de significado aunque rimara y que por esa misma razón, resultaban mucho mas difíciles de aprender. Cuando por fin llegaba el ansiado día de la presentación, con nuestros uniformes muy bien planchados y los zapatos relucientes como en ningún otro día, nos presentábamos en el lugar acordado, y de manera sencilla, rendíamos ese tributo de agradecimiento y reconocimiento a esas madres que, por cuenta de uno, tenían que levantarse despuntando el día y trajinar hasta llegar la noche, haciéndonos la vida llevadera a todos, sin contar las noches de desvelo ante la enfermedad de alguno de nosotros.



De manera particular, recuerdo el año en que, por desgracia, a mi maestra directora de grupo le dio por escogerme para la declamación con que se cerraría el homenaje. No pudo haber escogido algún poemita de esos simpáticos, mucho más cortos y apropiados para que una niña de 8-9 años memorizara; algo así como Rin Rin Renacuajo, u otro de esos tan conocidos de Rafael Pombo que tanto me gustaban. No, a ella se le vino a la mente nada más y nada menos que la Elegía a la Madre Muerta, del para mi entonces desconocido poeta vallecaucano, Ricardo Nieto. Para quienes no conocen dicho poema, este consta de casi un centenar de lineas, que hasta para un adulto con buena memoria resultaría un trabajo considerable. El hecho es que por un mes entero, tuve que pararme en las tardes frente a la amiga o pariente de mi profesora, que por cierto vivía llegando al Monte Blanco, en la cuadra de los Cabral; incluso pudiera haber sido alguien de esa familia. A mis escasos ocho años, y frente a la tortura que representaban las horas de ensayo repetido en las tardes, poca mente me quedaba para recordar con precisión si la casa a donde iba era la última o la antepenúltima. Para el caso, daba igual. Acepté sin protestar la tortura por todo el mes, hasta cuando mi "directora artística" quedó satisfecha con todos los movimientos de mis manos, las genuflexiones, mis miradas ausentes, las expresiones de dolor y demás parte de la gesticulación requerida, junto con la clara dicción que se esperaba. Un día, por fin, declaró, ya estas lista! Corrí feliz hacia mi casa. Los días de la tortura habían terminado. Lo que aun no sabia era que el día de la presentación, la ocasión para cerrar con broche de oro el penoso mes, sería algo jamás olvidaría.


Ese día, como lo había mencionado, llegué con mis padres y mi hermana al teatro perfectamente uniformada; con mi peinado cuidadosamente engominado, no se si con fijador Lechuga, limón, o aguadepanela, los fijadores o "condicionadores" de cabello de la época. Uno tras otro fueron siguiéndose los números del programa, hasta cuando me llegó el turno. Olvidaba contar un pequeño detalle que en esa ocasión me causo gran impresión. Era la escogencia de color de flor que cada asistente hacia al entrar al recinto. Había allí un par de bandejas llenas de claveles rojos y blancos que se colocaban para que cada uno escogiera uno de acuerdo con su conveniencia. Los rojos para quienes tenían sus madres vivas, los segundos para los que ya no las tenían.



La anunciadora del programa pronunció en voz alta el acto final: "Elegía a la Madre Muerta" a cargo de Constanza Díaz. Ya no había manera de echarme para atrás. Sentí una especie de empujón que alguien me dio, no sabía si de mis compañeras o de la misma maestra, pero cuando me vi a mí misma, estaba parada en medio de un escenario como a un metro de altura del nivel del piso del teatro, donde se veía, en medio de la penumbra, m
ás de un centenar de personas desconocidas, principalmente madres, que generosamente aplaudían mi aparición. Con la voz medio temblorosa inicie la declamación sin olvidar detalle alguno. Días y días de ensayo habían dado resultado. El verso salía en forma ágil, sin errores ni vacilaciones hasta que noté que entre la audiencia, empezaron a aparecer pañuelos que en medio de la oscuridad se hacían mas blancos. Hubo uno, dos segundos quizás de distracción y ahí fue cuando ardió Troya!... Llegando al verso donde decía: "esos mismos ojos se encuentran cerrados...los cerró la mano de la torva muerte...si tu madre vive, llévale este beso....si quieres, hermano, cambiamos de suerte!" ahí en ese instante, mi mente quedó en blanco, tanto como los pañuelos que yo estaba viendo aparecer. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban; en un instante estuve a punto de deshacerme en llanto y hasta de perder el control urinario. El pánico escénico hizo presa de mi y mientras esos instantes que parecían siglos fueron pasando, veía como los pañuelos iban aumentando y alcance a escuchar que de atrás del telón alguien, seguramente mi profesora, decía: "Silencio, silencio, se encuentra dormida..." Hubo un nuevo silencio y ahí por fin mi mente se reconectó y para el beneplácito de ella, y seguramente de toda la audiencia, se había salvado la presentación... Cuando hice la venia final, todo lo que presenciaba era esa multitud de desconocidos que lloraban y aplaudían al mismo tiempo efusivamente. A esas alturas yo desconcertada no sabía si desmayarme o salir corriendo. No entendía si el llanto era de lástima, porque se habían compadecido de mi pobre humanidad, víctima de ese tormento, o si era por el recuerdo de sus madres muertas. Finalmente y casi al borde del llanto, yo también, salí disparada tras el telón donde mi profesora me aguardaba emocionada y me abrazaba felicitándome por algo que todavía no terminaba de entender. Me hallaba aún  en estado de "shock" y por más espaldarazos y zacudones que me daban, no había manera de volver en mí, ni de retroceder el tiempo. El final había llegado y con este sentido acto, me despedí de las tablas por el resto de mi vida. Años más tarde, tuve que regresar, pero bajo circunstancias que en otra ocasión contaré . Aquella fue una auténtica Elegía, el lamento de una niña que sin voz ni voto, había sido designada para concluír una inolvidable celebración del día de la madre.



Soneto a mama - Serrat

Maria Teresa Ramirez - Elegia a la Madre Muerta

Mantelito Blanco